martes, 29 de marzo de 2011

Carta 5




Colgué el teléfono, y me quedó retumbando tu vocecita dulce diciéndome que soportemos, que no importa cuántos kilómetros contengan las rutas que nos separan las podemos superar, que te espere para estar bien.
Colgué y lloré más que cuando era nena y me perdía de mamá. Sentí el inmenso vacío adentro y alrededor mio y escuchaba ese beso que llegó por la línea.
Me fui a dar una ducha para calmarme, y en mi cuerpo tus huellas y tus caricias, estaban marcados tan profundo que veía las cicatrices de todas ellas. No podía dejar de recordar los momentos en que cada una quedo marcada en mi cuerpo con tanta precisión.
Y seguí llorando, porque el día se me hizo eterno, y así seguirá siendo el otro... y el otro... Y así son las horas, me matan cuando nunca pasan. Pero cuando estás es como si en un pestañeo llega el fin de la visita. Capaz es el universo que se nos ríe por la espalda y no me doy cuenta.
Sufro con cada despedida, pero siempre es un poco más, será porque a tan larga distancia mi felicidad se ve limitada a unos minutos por teléfono, a unas fotos pegadas en mi espejo, a cartas que ya me las sé de memoria.
Pagaría fortunas por traer cerca todo tu ser magnífico, por tenerte un rato más, ese momento que se nos cortó cuando te fuiste a comer, a bañar, a dormir lejos de mis caricias que de noche se multiplican.
Estoy convencida que el tiempo nos va a regalar  algún día la oportunidad de estar en una casa, comiendo juntos, durmiendo en la misma cama, riéndonos de las mismas cosas, compartiendo los momentos más lindos. Pero en la espera, cada sueño se hace desear hasta que derramamos lágrimas de sangre y se nos va muriendo el corazón.
Sólo pido un poco de tiempo extra que se pare para nosotros, que se muera el tic tac del reloj en un beso tan lleno de pasión y tan cargado de entregas diarias y nada complejas. Sólo pido lo que nos falta, por lo que suplicamos y morimos lentamente, agonizamos en el dolor más fuerte, que es el del alma.
Mañana, otra vez va a amanecer, y no vas a estar, ni siquiera en la ciudad y caminar por ella será como pasear en un paisaje desolado , todo solitario, todo árido, nada de vida para mí. Voy a ir hacia el horizonte tratando de encontrarte atrás del sol, sentado en la luna plateada, esperándome con una rosa tan blanca y pura como tu sonrisa, pero es seguro que nada de eso pasará. Entonces voy a volver resignada a casa, a sentarme y mirar como la vida se pasea por enfrente de mi cara y se aleja, montando a mi alegría.
Repetiré la misma cantidad de lágrimas, hasta que vuelva a suspirar un poco de aliento vital en el momento en que suene el teléfono y escuche tu voz dulce diciéndome que me calme, que ya venís, que no importa cuantos kilómetros tengan las rutas que no separan... nosotros con esta forma de amarnos... las superaremos.

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